viernes, 30 de marzo de 2012

La Carne y el cerebro.

Nota preliminar: El presente es un texto que transcribo tal cual, extraído de el fondo reservado de la hemeroteca nacional de México; y el cual me ha parecido muy interesante en tema concerniente a la locura, por si hay alguien por ahí que le gusten estos temas tanto como a mí.

   Ya han pasado 91 años desde que Bonald, el eminente filósofo francés, pronunció su célebre frase: “El hombre es una inteligencia traicionada por un organismo”. Qué lejos debió estar ese pensador de que algún atrevido “fin de siglo” no solo hallara inadecuada su observación, sino que la cambiara absolutamente, hallándola así más propia que en su primitivo estado!
Según éste, la verdadera frase que definiera el hombre, debía ser: “El hombre es un organismo traicionado por una inteligencia”.
Y en este tiempo de la historia y de las enfermedades mentales, la frase, en su segundo estado es, sin duda alguna, menos exagerada que en su significación primitiva.
Las enfermedades que arrasaron la época de Bonald, eran dolencias enteramente animales que afectaban puramente el ser orgánico, y quizás bajo la impresión de un pueblo exterminado por una peste, concibió el filósofo la frase que hemos citado, profundamente espiritualista y en donde se manifiesta hacia la carne el mismo sentimiento de abominación que ponía los cilicios y las disciplinas en manos de los penitentes medio evales.
¡Maldición a la carne! ¡gloria al espíritu! Gritaban aquellos fanáticos, sin comprender que ellos mismos eran víctimas de su espíritu, probablemente enfermo de anemia religiosa.
Hoy es muy distinto: los mismos artistas opinan que el desarrollo orgánico es favorable á la bondad de las funciones cerebrales. Los Goncourt creen que la hora más adecuada para la producción literaria, es la de después de comer “El estómago lleno -dicen esos autores- parece exhalar el pensamiento como esas plantas que sudan instantáneamente por sus hojas el agua con que se ha rociado la tierra sedienta”.
Por otra parte, Zola, el gran novelador francés, ha hecho de la gimnasia una verdadera odisea, y lamenta no tener un trapecio “para endurecer sus miembros y aclarar su inteligencia”.
Mens sana in corpore sano, esa Antigua inscripción de las generaciones romanas, percibida por la evidencia de aquella época, se dividió luego entrando en un período de catalepsia de que hasta hoy resucita.
En esta época, la peste es la neurosis. La historia hace más víctimas que el viajero del Ganges.
Ya nadie cree que el loco ha de ser aquella furia del manicomio, sujeto por la camisa de fuerza, echando espumarajos por los labios y con los ojos fuera de las órbitas. En el siniestro continente de la locura viven muchos seres que á primera vista gozan de todas sus facultades, pues las fronteras que limitan ese continente son vagas, indecisas, imposibles de precisar.
El loco es el alcohólico, el artista, el desequilibrado, el religioso. Los matices varían y hay una infinidad comprendida entre el gris blanco y el negro azul.
Hoy la inteligencia es el verdugo. El cerebro es despótico; es una autócrata que ha deprimido el organismo y ha ultrajado el fuero fisiológico, hollando las facultades animales, la verdadera democracia.
Todo es cerebral en nuestra vida. El amor, como dice Paul Bourget, ha sufrido una modificación espantosa. “Fue sublimado por Cristo, y hoy no es otra cosa que un duelo entre dos depravaciones”.
Goncourt dice: “Ya no sabemos de una manera bestial y simple ser dichosos con una mujer. Ella es para los hombres de esta época el nido y el altar de toda clase de sensaciones dolorosas, agudas, conmovedoras, delirantes. Ella y por ella queremos sacrificar lo desenfrenado é insaciable que yace en nosotros”.
Y en todo esto puede verse el siniestro papel que el cerebro juega, y en presencia de esa lucha entre la inteligencia y la animalidad, se nota desde luego quién es la vencida, quién es la ultrajada.
No hay mas que ver uno de estos catálogos de la locura en que están clasificados todos los tipos de la degeneración mental, los obcecados, los impulsivos, los excéntricos, los perseguidores, los místicos, los pervertidos, los sexuales, en que cada tipo es el comandante de cada legión innumerable de agregados, de neutros, que no tienen en el espíritu el equilibrio suficiente, pero que no distan mucho de tener como los demás el carácter indispensable para incorporarse y formar parte de esos ejércitos.
Quizás hay algo que agradecerle á esas enfermedades mentales, pues según Moreau (de Tours), las disposiciones que hacen que un hombre se distinga de los demás por la originalidad de sus pensamientos y de sus concepciones, por su excentricidad ó por la energía de sus facultades afectivas, ó por la trascendencia de sus facultades intelectuales, toman su origen en las mismas condiciones orgánicas que los diversos trastornos morales, de los cuales la locura y el idiotismo son la expresión más completa, observación que resume el  Nollum magnum ingenium sine dementia de Aristótees.
Sin embargo, el daño es innumerable y corto el beneficio. Tropnan tiene más secuaces que Víctor Hugo, y en México tenemos manicomios y cárceles sin que haya ninguna Sorbona.

Anónimo, "La carne y el cerebro" en La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clínica, Director y editor: Dr. Fernando Malanco, México, Imprenta del gobierno federal, Tomo VII, entrega 5º, Marzo 1º de 1894, p.83-84.