Nota preliminar: El presente es un Artículo sacado de La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clásica., consultada en el fondo reservado de la hemeroteca nacional de México y traído a ustedes para el estudio y divulgación de temas relacionados con la historia de la medicina.
El
crimen y la locura.
Gran
atención ha venido despertando en estos últimos años la nueva ciencia
generalmente conocida con el nombre de “Antropología Criminal”. Los alienistas
del continente europeo son los que más han trabajado acerca de este particular,
muy especialmente los italianos, entre los cuales el Dr. Lombroso es uno de los
más prominentes, siendo los escritos de Mr. Havelock los que más interés han
dado al asunto en Inglaterra.
Las principales conclusiones de la escuela
italiana son: Que el criminal procede de un ser que por una combinación de
particularidades físicas y mentales pertenece á un tipo distinto, que es un
loco moral, y por tanto, que no debe ser castigado como responsable de sus
actos, sino considerado y tratado como un enfermo.
Estas teorías han encontrado violenta
oposición de parte de algunas autoridades científicas alemanas, entre otras
Kirn y Lutz, y es muy probable que no hallen en la Gran Bretaña muchos que
estén dispuestos á aceptarlas en su totalidad, porque, como dice Morrison en su
obra “El crimen y sus causas”, no se ha probado todavía que los criminales
ofrezcan una conformación física distinta, ni puede establecerse que dicho
estado intelectual sea debido á locura, aunque, preciso es decirlo, las clases
criminales consideradas en su generalidad, ofrecen una organización mental muy
poco desarrollada.
A nadie que tenga conocimiento de lo que es
la vida en las prisiones y de las interioridades de estos establecimientos,
puede llamarle la atención el hecho de que en ellos se observa un descenso gradual
en la escala de la inteligencia, desde el criminal por accidente cuyo delito ha
sido producto de una imprudencia, hasta el criminal loco, víctima de una
verdadera afección mental. De aquí que, intelectualmente juzgando á esto seres
por su capacidad, puedan dividirse muy bien en cuatro grupos:
1. El
criminal por accidente, que se encuentra completamente en posesión de sus
intenciones y de sus actos.
2. El
que procede de un criminal por hábito, cuya inteligencia está sana, pero cuyo
sentido moral está más o menos pervertido.
3. El
criminal por esencia ó por naturaleza, que en mayor o menor grado posee una
inteligencia y un sentido moral débiles.
4. El
criminal loco.
Claro que estos diversos grupos no tienen
límites perfectamente definidos, antes al contrario, se eslabonan y confunden
los unos con los otros. Enlazando al criminal por accidente con el criminal por
hábito, resulta criminal per se. Respecto
á este, la honradez y la virtud serán seguramente para él una mera cuestión de cálculo ó de negocio,
tendrá siempre tendencias á obtener ventajas y alcanzar utilidades
considerables de su conducta, é incesantemente estará dispuesto á condena tras
condena impuestas por la justicia, las que estimará lo bastante compensadas por
los periodos de libertad licenciosa de que haya gozado. Este es el criminal por
elección.
En cuanto al criminal de nacimiento, la
cuestión varía mucho. También en él las facultades intelectuales están
habitualmente en estado normal; pero con frecuencia ofrece cierto estado de
perversión del sentido moral, al que puede aplicarse el calificativo de oblicuidad moral. Uno de estos
individuos dijo, acabado de salir de una prisión y de sufrir una condena, que
muy probablemente volvería á la cárcel antes de que transcurriera mucho tiempo,
porque no podrá resistir á la tentación de robar. Usando sus propias frases
decía: “No puedo evitarlo, señor, es una manía que tengo sobre mí”. Ahora bien,
este hombre era un comerciante hábil y listo que habría podido muy bien vivir
honradamente del producto de su trabajo. La palabra “manía” empleada por el
convicto si bien expresiva, es demasiado fuerte para aplicarla á su condición,
porque implica la idea de enfermedad; pero, el impulso irresistible “sobre él”
no era debido á enfermedad, sino al desarrollo gradual de la perversión del
sentido moral. En algunos casos ésta oblicuidad
moral es latente, hereditaria, y adquiere más y más intensidad por la
educación, por la costumbre, por los medios circundantes. Esas personas
ingresan en la carrera del crimen siendo aún muy jóvenes, y se perseveran en
ella animados y envalentonados por la aprobación de los de más edad y
estimulados por los aplausos de sus camaradas.
No estamos todavía lo suficiente adelantados
en la ciencia para poder decir del criminal por hábito que es moralmente loco,
y por ende irresponsable. Cada hombre despliega una aptitud especial para esta
ó la otra ocupación, para tal o cual ejercicio. A veces este desarrollo ó
propensión intelectual existe en alto grado, y el individuo que llega á
alcanzar un elevado nivel intelectual, á desarrollar en un ramo de la ciencia,
del arte ó de la industria en vez de descender á la escala más baja de la
inteligencia, le llamamos genio, y
reconocemos en él un don de la naturaleza el resultado de una grande e innata
potencia cerebral. Lo mismo acontece en el criminal por nacimiento, que despliega
una aptitud, un verdadero genio en
ocasiones para el crimen; mas el genio de esta clase no es demencia, y por
consiguiente el individuo debe tener responsabilidad por obrar mal. El robo y
la ganancia son sus móviles, y todos sus actos y sus operaciones todas, en este
sentido, obedecen á un plan y á un método que difieren mucho del poco ó ningún
plan ó método que observan los criminales débiles de inteligencia. En estos
últimos, el efecto mental afecta la forma de debilidad moral é intelectual,
reconociendo como causas predisponentes para este estado una degeneración
hereditaria, defectos congénitos, lesiones materiales n la cabeza ó
enfermedades nerviosas, tales como la epilepsia y otras análogas. En semejantes
condiciones estamos más próximos al verdadero loco y a cuestión de
responsabilidad se hace más difícil de resolver. Es indudable que existe hasta
cierto punto un estado morboso que afecta la forma de defecto intelectual más o
menos grave, según los casos, y entonces el asunto discutible se reduce a
averiguar hasta donde son excusables los daños causados por éstos individuos á
consecuencia de ese mismo estado en que se encuentran. Por la simple aserción
del conocimiento del bien y del mal no pueden ser considerados como
irresponsables, y tampoco pueden negarse que en repetidas ocasiones sus
crímenes son el resultado, indirecto á lo menos, del defecto mental bajo cuya
influencia se hallan.
Estos criminales de nacimiento son
generalmente malos presos, pues, como ellos mismos dicen, con frecuencia están “alborotados”.
Son extremadamente crédulos y muy dados á no observar las prácticas
establecidas en las prisiones y á fingirse enfermos para evadirse del
cumplimiento de sus obligaciones. Esta ficción la ponen en juego valiéndose de
tres diversos procedimientos: ora simulando una enfermedad ú ocasionándosela
ellos mismos; ora exponiendo síntomas que en realidad no existen, ora,
finalmente, pretendiendo continuar enfermos después de haberse curado de la
afección que realmente padecían. Entre los de inteligencia débil, la forma de
qué más comúnmente se valen para engañar es la de causarse ellos mismos
lesiones verdaderas, porque carecen de iniciativa y son incapaces de llevar á
cabo la simulación continuada de un padecimiento, habiendo habido algunos que,
dotados de poca energía y estimulados é inducidos por sus compañeros de
prisión, se han sacrificado un miembro ó parte de él en un momento de arrebato.
JHON BAKER,
M.D.,
de la cárcel de Playmouth, The Journal of
Mental
Science.
Jhon
Baker, “El crimen y la locura” en La
medicina científica en la fisiología y en la experimentación clínica, México,
Imprenta del gobierno federal, Tomo VI, Entrega 13ª, 1893, p.204-205.
No hay comentarios:
Publicar un comentario