sábado, 28 de abril de 2012

El crimen y la locura.


Nota preliminar: El presente es un Artículo sacado de La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clásica., consultada en el fondo reservado de la hemeroteca nacional de México y traído a ustedes para el estudio y divulgación de temas relacionados con la historia de la medicina.


El crimen y la locura.
Gran atención ha venido despertando en estos últimos años la nueva ciencia generalmente conocida con el nombre de “Antropología Criminal”. Los alienistas del continente europeo son los que más han trabajado acerca de este particular, muy especialmente los italianos, entre los cuales el Dr. Lombroso es uno de los más prominentes, siendo los escritos de Mr. Havelock los que más interés han dado al asunto en Inglaterra.
Las principales conclusiones de la escuela italiana son: Que el criminal procede de un ser que por una combinación de particularidades físicas y mentales pertenece á un tipo distinto, que es un loco moral, y por tanto, que no debe ser castigado como responsable de sus actos, sino considerado y tratado como un enfermo.
Estas teorías han encontrado violenta oposición de parte de algunas autoridades científicas alemanas, entre otras Kirn y Lutz, y es muy probable que no hallen en la Gran Bretaña muchos que estén dispuestos á aceptarlas en su totalidad, porque, como dice Morrison en su obra “El crimen y sus causas”, no se ha probado todavía que los criminales ofrezcan una conformación física distinta, ni puede establecerse que dicho estado intelectual sea debido á locura, aunque, preciso es decirlo, las clases criminales consideradas en su generalidad, ofrecen una organización mental muy poco desarrollada.
A nadie que tenga conocimiento de lo que es la vida en las prisiones y de las interioridades de estos establecimientos, puede llamarle la atención el hecho de que en ellos se observa un descenso gradual en la escala de la inteligencia, desde el criminal por accidente cuyo delito ha sido producto de una imprudencia, hasta el criminal loco, víctima de una verdadera afección mental. De aquí que, intelectualmente juzgando á esto seres por su capacidad, puedan dividirse muy bien en cuatro grupos:
1.    El criminal por accidente, que se encuentra completamente en posesión de sus intenciones y de sus actos.
2.    El que procede de un criminal por hábito, cuya inteligencia está sana, pero cuyo sentido moral está más o menos pervertido.
3.    El criminal por esencia ó por naturaleza, que en mayor o menor grado posee una inteligencia y un sentido moral débiles.
4.    El criminal loco.
Claro que estos diversos grupos no tienen límites perfectamente definidos, antes al contrario, se eslabonan y confunden los unos con los otros. Enlazando al criminal por accidente con el criminal por hábito, resulta criminal per se. Respecto á este, la honradez y la virtud serán seguramente para él  una mera cuestión de cálculo ó de negocio, tendrá siempre tendencias á obtener ventajas y alcanzar utilidades considerables de su conducta, é incesantemente estará dispuesto á condena tras condena impuestas por la justicia, las que estimará lo bastante compensadas por los periodos de libertad licenciosa de que haya gozado. Este es el criminal por elección.
En cuanto al criminal de nacimiento, la cuestión varía mucho. También en él las facultades intelectuales están habitualmente en estado normal; pero con frecuencia ofrece cierto estado de perversión del sentido moral, al que puede aplicarse el calificativo de oblicuidad moral. Uno de estos individuos dijo, acabado de salir de una prisión y de sufrir una condena, que muy probablemente volvería á la cárcel antes de que transcurriera mucho tiempo, porque no podrá resistir á la tentación de robar. Usando sus propias frases decía: “No puedo evitarlo, señor, es una manía que tengo sobre mí”. Ahora bien, este hombre era un comerciante hábil y listo que habría podido muy bien vivir honradamente del producto de su trabajo. La palabra “manía” empleada por el convicto si bien expresiva, es demasiado fuerte para aplicarla á su condición, porque implica la idea de enfermedad; pero, el impulso irresistible “sobre él” no era debido á enfermedad, sino al desarrollo gradual de la perversión del sentido moral. En algunos casos ésta oblicuidad moral es latente, hereditaria, y adquiere más y más intensidad por la educación, por la costumbre, por los medios circundantes. Esas personas ingresan en la carrera del crimen siendo aún muy jóvenes, y se perseveran en ella animados y envalentonados por la aprobación de los de más edad y estimulados por los aplausos de sus camaradas.
No estamos todavía lo suficiente adelantados en la ciencia para poder decir del criminal por hábito que es moralmente loco, y por ende irresponsable. Cada hombre despliega una aptitud especial para esta ó la otra ocupación, para tal o cual ejercicio. A veces este desarrollo ó propensión intelectual existe en alto grado, y el individuo que llega á alcanzar un elevado nivel intelectual, á desarrollar en un ramo de la ciencia, del arte ó de la industria en vez de descender á la escala más baja de la inteligencia, le llamamos genio, y reconocemos en él un don de la naturaleza el resultado de una grande e innata potencia cerebral. Lo mismo acontece en el criminal por nacimiento, que despliega una aptitud, un verdadero genio en ocasiones para el crimen; mas el genio de esta clase no es demencia, y por consiguiente el individuo debe tener responsabilidad por obrar mal. El robo y la ganancia son sus móviles, y todos sus actos y sus operaciones todas, en este sentido, obedecen á un plan y á un método que difieren mucho del poco ó ningún plan ó método que observan los criminales débiles de inteligencia. En estos últimos, el efecto mental afecta la forma de debilidad moral é intelectual, reconociendo como causas predisponentes para este estado una degeneración hereditaria, defectos congénitos, lesiones materiales n la cabeza ó enfermedades nerviosas, tales como la epilepsia y otras análogas. En semejantes condiciones estamos más próximos al verdadero loco y a cuestión de responsabilidad se hace más difícil de resolver. Es indudable que existe hasta cierto punto un estado morboso que afecta la forma de defecto intelectual más o menos grave, según los casos, y entonces el asunto discutible se reduce a averiguar hasta donde son excusables los daños causados por éstos individuos á consecuencia de ese mismo estado en que se encuentran. Por la simple aserción del conocimiento del bien y del mal no pueden ser considerados como irresponsables, y tampoco pueden negarse que en repetidas ocasiones sus crímenes son el resultado, indirecto á lo menos, del defecto mental bajo cuya influencia se hallan.
Estos criminales de nacimiento son generalmente malos presos, pues, como ellos mismos dicen, con frecuencia están “alborotados”. Son extremadamente crédulos y muy dados á no observar las prácticas establecidas en las prisiones y á fingirse enfermos para evadirse del cumplimiento de sus obligaciones. Esta ficción la ponen en juego valiéndose de tres diversos procedimientos: ora simulando una enfermedad ú ocasionándosela ellos mismos; ora exponiendo síntomas que en realidad no existen, ora, finalmente, pretendiendo continuar enfermos después de haberse curado de la afección que realmente padecían. Entre los de inteligencia débil, la forma de qué más comúnmente se valen para engañar es la de causarse ellos mismos lesiones verdaderas, porque carecen de iniciativa y son incapaces de llevar á cabo la simulación continuada de un padecimiento, habiendo habido algunos que, dotados de poca energía y estimulados é inducidos por sus compañeros de prisión, se han sacrificado un miembro ó parte de él en un momento de arrebato.

JHON BAKER,
M.D., de la cárcel de Playmouth, The Journal of
                                                                           Mental Science.        

Jhon Baker, “El crimen y la locura” en La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clínica, México, Imprenta del gobierno federal, Tomo VI, Entrega 13ª, 1893, p.204-205.                 

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