Nota preliminar: El presente es un Artículo sacado de La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clásica., consultada en el fondo reservado de la hemeroteca nacional de México y traído a ustedes para el estudio y divulgación de temas relacionados con la historia de la medicina.
La
fatiga cerebral.
El
agotamiento cerebral es frecuentísimo en los hombres de negocios y en los
políticos; y prueba hay de ello en el curioso libro de Andrés Verga, Balance de la locura en Italia.
En el censo de alienados de 1874 a 1888,
encontró el eminente profesor que los israelitas eran quienes pagaban mayor
tributo (más de 3 por ciento).
Lo mismo acontece en todos los estados de Europa,
lo cual se debe atribuir, según Verga, a la solicitud febril con que la fuerte
e inteligente raza semítica se cuida de los intereses.
Los políticos americanos superan con mucho a
los políticos de Europa. En la capital de Colombia, la proporción es de 5.20
por 1,000.
El estado de Vermont (Norte América) ocupa el
escalón inmediato: 3 por 1,000.
Piner, el fundador de la psiquiatría moderna,
demostró ya a fines del siglo pasado, que las revoluciones políticas perturban
hondamente el sistema nervioso de una nación y hacen aumentar el número de
locos. En la última guerra civil de América se tuvo una grande y triste
confirmación de este hecho, y se publicaron a este propósito informes
importantes. Entre otros, merece ser recordado el del profesor Stokes, que
contiene documentos psicológicos curiosísimos.
La esclerosis del cerebro se produce
frecuentemente a seguida de emociones continuadas y del trabajo intelectual
excesivo. Como hay una parálisis de la médula espinal que se observa después de
las marchas forzadas, así hay también una parálisis dl sistema nervioso que se
produce por el recargo del cerebro.
Los políticos, salvo pocas excepciones, se
consumen y envejecen pronto.
El epistolario de Cavour está lleno de
recuerdos de noches en vela y del gran consumo del cuerpo y de la inteligencia
que le costaron las luchas políticas. Apenas fue aprobada la ley que abolía las
corporaciones religiosas (por citar un ejemplo) escribió al Sr. De la Rive, a
Ginebra, desde Leri (1885): “Aprés une lutte acharvée, lutte soutenue dans le
Parlement, dans les salons, la Cour, comme dans la rue, et rendue plus a
pénible par une foule d’evénements douloureux je me suis snti a bout des forces
intellectulles et j’al eté contraint de venir chercher a me retremper par
quelques jours de repos”.
En las cartas de Camilo Cavour hay una
expresión feliz empleada algunas veces para indicar un concepto fisiológico, la
necesidad de descansar después de un trabajo cerebral excesivo. Dice que es
necesario dejar el cerebro de barbecho,
como se deja un campo, reposando sin cultivo para sembrarlo al año siguiente.
He interpelado a algunos de mis amigos que
formaron parte del Gobierno. Uno de ellos me escribe que para él la peor fatiga
es dar audiencia. Cuando por la noche, cansado del trabajo de todo el día debía
recibir muchas visitas y esforzar la mente la memoria en las cosas más
desacordes, experimentaba un tormento insoportable.
Para ser más exacto, traslado un fragmento de
su carta:
“En pocos meses mis cabellos, de negros se
habían vuelto blancos. He sentido frecuentemente el verdadero dolor de cabeza,
pero de tal género, que no se confundiría con las neuralgias, de las que sufro
también algunas veces. Era un dolor sordo, constante, una pesadez dolorosa, que
yo atribuía a un verdadero y propio cansancio cerebral. El hecho culminante era
el insomnio o el sueño agitado y lamentable tanto que mi mujer me ha despertado
muchas veces, creyendo que me sentía malo.
El estómago débil, con absoluta falta de
apetito; la potencia viril anulada.”
A otro amigo mío, que fue hace algunos años
Ministro, le pedí noticias sobre las condiciones de su organismo durante una
campaña vivísima y larga que debió sostener en el Parlamento para defender un
proyecto de ley suyo.
He aquí lo que me contestó:
“Mi carácter moral se había cambiado mucho,
sufría una excitación nerviosa extraordinaria. De mi acostumbrada bondad
afectuosa en mi familia, me había cambiado en taciturno irritabilísimo, y
habría quizá llegado a un estado morboso más serio, si los amigos, a ruegos
vivísimos de mi familia no me hubiesen obligado a alejarme de los negocios y a
irme al campo.
La nutrición había decaído, no la energía de
las fuerzas musculares; pero, al llegar la noche, me parecía que ya no podía
moverme de la silla. Sufría mucho de la vista y tenía sacudidas nerviosas
imprevistas”.
Estas noticias son tanto más importantes para
conocer los efectos de un trabajo oprimente y continuo, cuanto que se trata
aquí de un hombre de una gran capacidad, dotado de una fibra enérgica que
obtuvo el poder en la flor de su edad y cuando ya estaba templando en las
luchas parlamentarias.
Para recoger otros datos sobre las ruinas el
cerebro, me he dirigido a la bondad de algunos colegas que tienen práctica de
estos enfermos.
Las enfermedades del corazón y los estados de
neurastenia se empeoran rápidamente en los diputados que tomen parte en las
agitaciones de la cámara. Refiero algunas de las historias clínicas de hombres
políticos como me fueron transmitidas por mis amigos.
Un diputado activísimo sucumbe de vez en
cuando a la fatiga intelectual, y tiene que acudir al médico. Los primeros
fenómenos de la ruina del cerebro son insomnio y el dolor de cabeza; pero esto
no basta para detenerlo en el ardor de sus ocupaciones políticas. Se apercibe
estar agotado solamente cuando, al final de una sesión de la Cámara, no se
acuerda ya de lo que se dijo al principio, y entonces se asusta y se enerva
porque se encuentra fuera de combate. El sueño le alivia poco porque sueña
constantemente con las discusiones de las Cámaras, los negocios de las oficinas
y de las Comisiones. Este es uno de los síntomas más graves del estropeamiento
intelectual.
Cuando uno de noche está perseguido en sueños
por las preocupaciones del día, y por la mañana comprende que no ha descansado
bastante, no hay necesidad de consultar con el médico; debe distraerse; de lo
contrario, seguirán mayores perjuicios.
Otro diputado, después de haberse fatigado
excesivamente en la Cámara, encontrándose en una comida oficial donde debía
haber hablado, fue presa de palpitaciones, no pudo hacer su discurso y tuvo que
limitarse a un brindis de pocas palabras.
Desde aquél día las palpitaciones se repetían
con accesos más frecuentes, le daban náuseas y se veía obligado a trabajar en
su despacho. Padecía de insomnios y de un temblor notable de las piernas y de
las manos, que concluía en accesos, especialmente cuando se encontraba en
público. A veces haciendo un discurso, le ocurrió tener que sentarse porque el
temblor de las piernas le molestaba demasiado. El más pequeño desorden
dietético era seguido de una diarrea que duraba tres o cuatro días.
Todos estos fenómenos son tanto más
característicos, cuanto que se trata de una persona de una buena constitución,
sin precedentes hereditarios, que gozaba siempre de buena salud antes de entrar
en la vida política. Se lamentaba con el médico de haberse hecho irritable; y
para él, que había sido siempre un carácter bueno y pacífico, cada arrebato de
ira le humillaba, y debía distraerse y lamentarse.
En los pupitres de la Cámara no podía
escribir si no tenía al lado alguno que le sugestionase.
No teniendo valor para interrumpir sus graves
ocupaciones y darse por enfermo, su estado se fue agravando hasta que él mismo
advirtió el cambio aún en sus discursos de la Cámara. La lengua se le había
hecho más rápida, y al hablar, le sucedía que soltaba sílabas y palabras sin
darse cuenta de ello. Le parecía estar menos seguro de su memoria, porque los
pensamientos se agolpaban a la mente, e inmediatamente desaparecían, y esto era
el mayor tormento para él, que teniendo la fantasía excitada y una gran
profusión de palabras y de imágenes, se expresaba mal y confusamente, y de
cuando en cuando precipitaba de tal manera el discurso que sin poder decir que
fuese en él un defecto, se comprendía, por la pronunciación y por la
inseguridad de la palabra que no estaba en su estado normal. El peso del cuerpo
disminuyó n poco tiempo 15 kilogramos, y por la noche sufría de ensueños y de
sudores profusos. Bastó un mes de reposo y de cura para que desapareciesen
todos estos síntomas y mejorasen las condiciones generales de la nutrición.
[De
Mosso]
De Mosso, “La fatiga cerebral” en La medicina científica en la fisiología y en
la experimentación clínica, México, Imprenta del gobierno federal, Tomo VI,
Entrega 21, 1893, p.334-336.
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