domingo, 29 de abril de 2012

La fatiga cerebral.


Nota preliminar: El presente es un Artículo sacado de La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clásica., consultada en el fondo reservado de la hemeroteca nacional de México y traído a ustedes para el estudio y divulgación de temas relacionados con la historia de la medicina.


La fatiga cerebral.

El agotamiento cerebral es frecuentísimo en los hombres de negocios y en los políticos; y prueba hay de ello en el curioso libro de Andrés Verga, Balance de la locura en Italia.
En el censo de alienados de 1874 a 1888, encontró el eminente profesor que los israelitas eran quienes pagaban mayor tributo (más de 3 por ciento).
Lo mismo acontece en todos los estados de Europa, lo cual se debe atribuir, según Verga, a la solicitud febril con que la fuerte e inteligente raza semítica se cuida de los intereses.
Los políticos americanos superan con mucho a los políticos de Europa. En la capital de Colombia, la proporción es de 5.20 por 1,000.
El estado de Vermont (Norte América) ocupa el escalón inmediato: 3 por 1,000.
Piner, el fundador de la psiquiatría moderna, demostró ya a fines del siglo pasado, que las revoluciones políticas perturban hondamente el sistema nervioso de una nación y hacen aumentar el número de locos. En la última guerra civil de América se tuvo una grande y triste confirmación de este hecho, y se publicaron a este propósito informes importantes. Entre otros, merece ser recordado el del profesor Stokes, que contiene documentos psicológicos curiosísimos.
La esclerosis del cerebro se produce frecuentemente a seguida de emociones continuadas y del trabajo intelectual excesivo. Como hay una parálisis de la médula espinal que se observa después de las marchas forzadas, así hay también una parálisis dl sistema nervioso que se produce por el recargo del cerebro.
Los políticos, salvo pocas excepciones, se consumen y envejecen pronto.
El epistolario de Cavour está lleno de recuerdos de noches en vela y del gran consumo del cuerpo y de la inteligencia que le costaron las luchas políticas. Apenas fue aprobada la ley que abolía las corporaciones religiosas (por citar un ejemplo) escribió al Sr. De la Rive, a Ginebra, desde Leri (1885): “Aprés une lutte acharvée, lutte soutenue dans le Parlement, dans les salons, la Cour, comme dans la rue, et rendue plus a pénible par une foule d’evénements douloureux je me suis snti a bout des forces intellectulles et j’al eté contraint de venir chercher a me retremper par quelques jours de repos”.
En las cartas de Camilo Cavour hay una expresión feliz empleada algunas veces para indicar un concepto fisiológico, la necesidad de descansar después de un trabajo cerebral excesivo. Dice que es necesario dejar el cerebro de barbecho, como se deja un campo, reposando sin cultivo para sembrarlo al año siguiente.
He interpelado a algunos de mis amigos que formaron parte del Gobierno. Uno de ellos me escribe que para él la peor fatiga es dar audiencia. Cuando por la noche, cansado del trabajo de todo el día debía recibir muchas visitas y esforzar la mente la memoria en las cosas más desacordes, experimentaba un tormento insoportable.
Para ser más exacto, traslado un fragmento de su carta:
“En pocos meses mis cabellos, de negros se habían vuelto blancos. He sentido frecuentemente el verdadero dolor de cabeza, pero de tal género, que no se confundiría con las neuralgias, de las que sufro también algunas veces. Era un dolor sordo, constante, una pesadez dolorosa, que yo atribuía a un verdadero y propio cansancio cerebral. El hecho culminante era el insomnio o el sueño agitado y lamentable tanto que mi mujer me ha despertado muchas veces, creyendo que me sentía malo.
El estómago débil, con absoluta falta de apetito; la potencia viril anulada.”
A otro amigo mío, que fue hace algunos años Ministro, le pedí noticias sobre las condiciones de su organismo durante una campaña vivísima y larga que debió sostener en el Parlamento para defender un proyecto de ley suyo.
He aquí lo que me contestó:
“Mi carácter moral se había cambiado mucho, sufría una excitación nerviosa extraordinaria. De mi acostumbrada bondad afectuosa en mi familia, me había cambiado en taciturno irritabilísimo, y habría quizá llegado a un estado morboso más serio, si los amigos, a ruegos vivísimos de mi familia no me hubiesen obligado a alejarme de los negocios y a irme al campo.
La nutrición había decaído, no la energía de las fuerzas musculares; pero, al llegar la noche, me parecía que ya no podía moverme de la silla. Sufría mucho de la vista y tenía sacudidas nerviosas imprevistas”.
Estas noticias son tanto más importantes para conocer los efectos de un trabajo oprimente y continuo, cuanto que se trata aquí de un hombre de una gran capacidad, dotado de una fibra enérgica que obtuvo el poder en la flor de su edad y cuando ya estaba templando en las luchas parlamentarias.
Para recoger otros datos sobre las ruinas el cerebro, me he dirigido a la bondad de algunos colegas que tienen práctica de estos enfermos.
Las enfermedades del corazón y los estados de neurastenia se empeoran rápidamente en los diputados que tomen parte en las agitaciones de la cámara. Refiero algunas de las historias clínicas de hombres políticos como me fueron transmitidas por mis amigos.
Un diputado activísimo sucumbe de vez en cuando a la fatiga intelectual, y tiene que acudir al médico. Los primeros fenómenos de la ruina del cerebro son insomnio y el dolor de cabeza; pero esto no basta para detenerlo en el ardor de sus ocupaciones políticas. Se apercibe estar agotado solamente cuando, al final de una sesión de la Cámara, no se acuerda ya de lo que se dijo al principio, y entonces se asusta y se enerva porque se encuentra fuera de combate. El sueño le alivia poco porque sueña constantemente con las discusiones de las Cámaras, los negocios de las oficinas y de las Comisiones. Este es uno de los síntomas más graves del estropeamiento intelectual.
Cuando uno de noche está perseguido en sueños por las preocupaciones del día, y por la mañana comprende que no ha descansado bastante, no hay necesidad de consultar con el médico; debe distraerse; de lo contrario, seguirán mayores perjuicios.
Otro diputado, después de haberse fatigado excesivamente en la Cámara, encontrándose en una comida oficial donde debía haber hablado, fue presa de palpitaciones, no pudo hacer su discurso y tuvo que limitarse a un brindis de pocas palabras.
Desde aquél día las palpitaciones se repetían con accesos más frecuentes, le daban náuseas y se veía obligado a trabajar en su despacho. Padecía de insomnios y de un temblor notable de las piernas y de las manos, que concluía en accesos, especialmente cuando se encontraba en público. A veces haciendo un discurso, le ocurrió tener que sentarse porque el temblor de las piernas le molestaba demasiado. El más pequeño desorden dietético era seguido de una diarrea que duraba tres o cuatro días.
Todos estos fenómenos son tanto más característicos, cuanto que se trata de una persona de una buena constitución, sin precedentes hereditarios, que gozaba siempre de buena salud antes de entrar en la vida política. Se lamentaba con el médico de haberse hecho irritable; y para él, que había sido siempre un carácter bueno y pacífico, cada arrebato de ira le humillaba, y debía distraerse y lamentarse.
En los pupitres de la Cámara no podía escribir si no tenía al lado alguno que le sugestionase.
No teniendo valor para interrumpir sus graves ocupaciones y darse por enfermo, su estado se fue agravando hasta que él mismo advirtió el cambio aún en sus discursos de la Cámara. La lengua se le había hecho más rápida, y al hablar, le sucedía que soltaba sílabas y palabras sin darse cuenta de ello. Le parecía estar menos seguro de su memoria, porque los pensamientos se agolpaban a la mente, e inmediatamente desaparecían, y esto era el mayor tormento para él, que teniendo la fantasía excitada y una gran profusión de palabras y de imágenes, se expresaba mal y confusamente, y de cuando en cuando precipitaba de tal manera el discurso que sin poder decir que fuese en él un defecto, se comprendía, por la pronunciación y por la inseguridad de la palabra que no estaba en su estado normal. El peso del cuerpo disminuyó n poco tiempo 15 kilogramos, y por la noche sufría de ensueños y de sudores profusos. Bastó un mes de reposo y de cura para que desapareciesen todos estos síntomas y mejorasen las condiciones generales de la nutrición.

                                                                                                    [De Mosso]

De Mosso, “La fatiga cerebral” en La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clínica, México, Imprenta del gobierno federal, Tomo VI, Entrega 21, 1893, p.334-336.               



sábado, 28 de abril de 2012

El crimen y la locura.


Nota preliminar: El presente es un Artículo sacado de La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clásica., consultada en el fondo reservado de la hemeroteca nacional de México y traído a ustedes para el estudio y divulgación de temas relacionados con la historia de la medicina.


El crimen y la locura.
Gran atención ha venido despertando en estos últimos años la nueva ciencia generalmente conocida con el nombre de “Antropología Criminal”. Los alienistas del continente europeo son los que más han trabajado acerca de este particular, muy especialmente los italianos, entre los cuales el Dr. Lombroso es uno de los más prominentes, siendo los escritos de Mr. Havelock los que más interés han dado al asunto en Inglaterra.
Las principales conclusiones de la escuela italiana son: Que el criminal procede de un ser que por una combinación de particularidades físicas y mentales pertenece á un tipo distinto, que es un loco moral, y por tanto, que no debe ser castigado como responsable de sus actos, sino considerado y tratado como un enfermo.
Estas teorías han encontrado violenta oposición de parte de algunas autoridades científicas alemanas, entre otras Kirn y Lutz, y es muy probable que no hallen en la Gran Bretaña muchos que estén dispuestos á aceptarlas en su totalidad, porque, como dice Morrison en su obra “El crimen y sus causas”, no se ha probado todavía que los criminales ofrezcan una conformación física distinta, ni puede establecerse que dicho estado intelectual sea debido á locura, aunque, preciso es decirlo, las clases criminales consideradas en su generalidad, ofrecen una organización mental muy poco desarrollada.
A nadie que tenga conocimiento de lo que es la vida en las prisiones y de las interioridades de estos establecimientos, puede llamarle la atención el hecho de que en ellos se observa un descenso gradual en la escala de la inteligencia, desde el criminal por accidente cuyo delito ha sido producto de una imprudencia, hasta el criminal loco, víctima de una verdadera afección mental. De aquí que, intelectualmente juzgando á esto seres por su capacidad, puedan dividirse muy bien en cuatro grupos:
1.    El criminal por accidente, que se encuentra completamente en posesión de sus intenciones y de sus actos.
2.    El que procede de un criminal por hábito, cuya inteligencia está sana, pero cuyo sentido moral está más o menos pervertido.
3.    El criminal por esencia ó por naturaleza, que en mayor o menor grado posee una inteligencia y un sentido moral débiles.
4.    El criminal loco.
Claro que estos diversos grupos no tienen límites perfectamente definidos, antes al contrario, se eslabonan y confunden los unos con los otros. Enlazando al criminal por accidente con el criminal por hábito, resulta criminal per se. Respecto á este, la honradez y la virtud serán seguramente para él  una mera cuestión de cálculo ó de negocio, tendrá siempre tendencias á obtener ventajas y alcanzar utilidades considerables de su conducta, é incesantemente estará dispuesto á condena tras condena impuestas por la justicia, las que estimará lo bastante compensadas por los periodos de libertad licenciosa de que haya gozado. Este es el criminal por elección.
En cuanto al criminal de nacimiento, la cuestión varía mucho. También en él las facultades intelectuales están habitualmente en estado normal; pero con frecuencia ofrece cierto estado de perversión del sentido moral, al que puede aplicarse el calificativo de oblicuidad moral. Uno de estos individuos dijo, acabado de salir de una prisión y de sufrir una condena, que muy probablemente volvería á la cárcel antes de que transcurriera mucho tiempo, porque no podrá resistir á la tentación de robar. Usando sus propias frases decía: “No puedo evitarlo, señor, es una manía que tengo sobre mí”. Ahora bien, este hombre era un comerciante hábil y listo que habría podido muy bien vivir honradamente del producto de su trabajo. La palabra “manía” empleada por el convicto si bien expresiva, es demasiado fuerte para aplicarla á su condición, porque implica la idea de enfermedad; pero, el impulso irresistible “sobre él” no era debido á enfermedad, sino al desarrollo gradual de la perversión del sentido moral. En algunos casos ésta oblicuidad moral es latente, hereditaria, y adquiere más y más intensidad por la educación, por la costumbre, por los medios circundantes. Esas personas ingresan en la carrera del crimen siendo aún muy jóvenes, y se perseveran en ella animados y envalentonados por la aprobación de los de más edad y estimulados por los aplausos de sus camaradas.
No estamos todavía lo suficiente adelantados en la ciencia para poder decir del criminal por hábito que es moralmente loco, y por ende irresponsable. Cada hombre despliega una aptitud especial para esta ó la otra ocupación, para tal o cual ejercicio. A veces este desarrollo ó propensión intelectual existe en alto grado, y el individuo que llega á alcanzar un elevado nivel intelectual, á desarrollar en un ramo de la ciencia, del arte ó de la industria en vez de descender á la escala más baja de la inteligencia, le llamamos genio, y reconocemos en él un don de la naturaleza el resultado de una grande e innata potencia cerebral. Lo mismo acontece en el criminal por nacimiento, que despliega una aptitud, un verdadero genio en ocasiones para el crimen; mas el genio de esta clase no es demencia, y por consiguiente el individuo debe tener responsabilidad por obrar mal. El robo y la ganancia son sus móviles, y todos sus actos y sus operaciones todas, en este sentido, obedecen á un plan y á un método que difieren mucho del poco ó ningún plan ó método que observan los criminales débiles de inteligencia. En estos últimos, el efecto mental afecta la forma de debilidad moral é intelectual, reconociendo como causas predisponentes para este estado una degeneración hereditaria, defectos congénitos, lesiones materiales n la cabeza ó enfermedades nerviosas, tales como la epilepsia y otras análogas. En semejantes condiciones estamos más próximos al verdadero loco y a cuestión de responsabilidad se hace más difícil de resolver. Es indudable que existe hasta cierto punto un estado morboso que afecta la forma de defecto intelectual más o menos grave, según los casos, y entonces el asunto discutible se reduce a averiguar hasta donde son excusables los daños causados por éstos individuos á consecuencia de ese mismo estado en que se encuentran. Por la simple aserción del conocimiento del bien y del mal no pueden ser considerados como irresponsables, y tampoco pueden negarse que en repetidas ocasiones sus crímenes son el resultado, indirecto á lo menos, del defecto mental bajo cuya influencia se hallan.
Estos criminales de nacimiento son generalmente malos presos, pues, como ellos mismos dicen, con frecuencia están “alborotados”. Son extremadamente crédulos y muy dados á no observar las prácticas establecidas en las prisiones y á fingirse enfermos para evadirse del cumplimiento de sus obligaciones. Esta ficción la ponen en juego valiéndose de tres diversos procedimientos: ora simulando una enfermedad ú ocasionándosela ellos mismos; ora exponiendo síntomas que en realidad no existen, ora, finalmente, pretendiendo continuar enfermos después de haberse curado de la afección que realmente padecían. Entre los de inteligencia débil, la forma de qué más comúnmente se valen para engañar es la de causarse ellos mismos lesiones verdaderas, porque carecen de iniciativa y son incapaces de llevar á cabo la simulación continuada de un padecimiento, habiendo habido algunos que, dotados de poca energía y estimulados é inducidos por sus compañeros de prisión, se han sacrificado un miembro ó parte de él en un momento de arrebato.

JHON BAKER,
M.D., de la cárcel de Playmouth, The Journal of
                                                                           Mental Science.        

Jhon Baker, “El crimen y la locura” en La medicina científica en la fisiología y en la experimentación clínica, México, Imprenta del gobierno federal, Tomo VI, Entrega 13ª, 1893, p.204-205.                 

domingo, 22 de abril de 2012




Análisis comparativo de la sociedad egipcia en los libros de Heródoto.

Por: Germán Camacho Jiménez.

En cuanto al presente trabajo, cabe señalar que el acercamiento inicial con el tema se debe a cuestiones sociales muy interesantes, siendo así que no se ha encontrado o elaborado un trabajo como tal comparando la sociedad egipcia desde distintos puntos de vista, y tomando como base el fundamental trabajo de Heródoto. En materia de comparación se han revisado diversos libros que nos muestran una visión de la sociedad egipcia mediante la cual se intenta hacer la comparación que es tema fundamental en este escrito.
Otro punto que se debe mencionar al respecto es que se toman como referencia a autores que no datan de la época de Heródoto, pero que hablan de Egipto, su estructura y sociedad.
Antes de comenzar a escribir sobre el tema al cual ya se ha hecho referencia, debemos comenzar por conocer al autor quien será clave en el presente trabajo, es así que se comenzará por hablar de Heródoto, el padre de la historia, dando algunas notas biográficas y comentarios que hacen otros escritores cercanos a su tiempo en torno a él.

Heródoto.

Del autor se tienen diversas noticias, por principio de cuentas, se sabe que nace en la ciudad de Halicarnaso, en la provincia de Caria; siendo esta Doria y se encuentra en la costa sureste del Asia Menor, frente a la isla de Cos.[1]Nacido de una familia no sobresaliente, es decir sin cargos públicos, políticos o relevancia alguna que se conozca, se dice que: “Por el contexto de la narración se deduce que Heródoto, «que no hacía genealogía de sí mismo», en ningún momento pretendió nobleza en su linaje, no porque la despreciara, sino porque simplemente no la tenía”[2], aunado a este último punto, también tenemos la coincidencia en las fuentes que: “[…] según las notas biográficas del lexicógrafo Suidas, «Heródoto era hijo de Lyxes y Dryo, halicarnasence de los distinguidos»”. [3] Por ambas referencias es que se confirma que el origen de nuestro autor no era noble y que son sus padres, de alguna manera distinguidos aunque no en el sentido de provenir de un linaje alto.
Siguiendo la línea del origen del autor, se dice en el estudio realizado por O’Gorman: ” Más bien parece que Heródoto era griego con mezcla de sangre caria, suposición que no le sería en modo alguno injuriosa si nos atenemos a la opinión favorable con que en diversas ocasiones se expresa el historiador al referirse a los carios”.[4] Es difícil llegar a hacer una afirmación de este tipo, ya que es demasiado subjetiva, si bien el historiador parece no tener problemas al referirse a los carios, esto pudiera deberse a un sinfín de razones de las cuales solo el mismo autor sabe y cualquier tipo de opinión contraria, se estaría dejando llevar por la subjetividad al menos eso pareciera.
En cuanto a su formación, sabemos que guarda la tradición de Homero en la construcción de su obra, por tanto, él llegó a escuchar las obras homéricas y de acuerdo con la siguiente cita, influyó bastante en la manera de relatar de nuestro autor:

[…] el retórico y crítico literario Dionisio de Halicarnaso en una epístola a Pomponio, donde dice: «Heródoto sabía que todo relato de gran extensión fatiga el oído del oyente si trata de un mismo asunto sin interrupción; pero, si se introducen pausas espaciadas, afecta agradablemente el ánimo. Por eso se propuso darle variedad a su obra imitando a Homero. Si tomamos su libro, lo admiramos hasta la última sílaba, y siempre estamos deseosos de más».[5]

Es claro que continúa con la tradición de narrar en forma de cantos sus libros, ya que no solo es el estilo más atractivo de la época, sino también por que es la manera más fácil de lograr difundir su obra en lugares en donde es difícil el acceso a los libros (que en la sociedad griega y a estas fechas, es así en casi todos los lugares).
Respecto a cómo fue vista su obra, podemos prestarnos a la subjetividad al decir que generalmente era aceptada en su tiempo, de no ser porque según O’Gorman, recibe el autor un reconocimiento por parte de los atenienses en 445, debido a sus trabajos históricos.[6]
También se tienen referencias que para futuros autores, Heródoto no fue un gran escritor, ni mucho menos un gran historiador, o al menos así lo hacen ver algunos de los escritores posteriores al llamado padre de la historia; como ejemplo podemos comenzar con Tucídides quien en su obra Historia de la guerra del Peloponeso, hace mención, a decir de los estudiosos de este autor,  de la manera en que Heródoto cuenta sus historias:

Más el que quisiere examinar las conjeturas que yo he traído, en lo que arriba he dicho, no podrá errar por modo alguno. No dará crédito del todo a los poetas que, por sus ficciones, hacen las cosas mas grandes de lo que son, ni a los historiadores que mezclan las poesías en sus historias, y procuran antes decir cosas deleitables y apacibles a los oídos del que escucha que verdaderas.[7]

Es decir que, para algunos de sus contemporáneos, tampoco nuestro autor es el gran historiador que se dice ser, sin embargo, no podemos dejar de lado que Tucídides de acuerdo con algunos puntos de vista, trata de ganar mayor validez en su trabajo de la que pudo llegar a conseguir nuestro autor.
Ejemplo similar lo podemos encontrar en el famoso autor Plutarco, quien incluso no se quedó solo en el hablar de Heródoto, sino escribe todo un tratado en su contra, el cual se encuentra incluido dentro de las obras de los Moralia y es llamado, Contra la malevolencia de Heródoto, en el que hace una serie de acusaciones del autor debido a su método, estilo, fuentes, etc.[8]
Y es también, solo por mencionar, el caso de Manetón, autor de quien se conservan solo fragmentos de su obra Historia de Egipto, pero que ya estando en manos de Flavio Josefo, pareciera que el padre de la historia es solo un mentiroso en cuanto a los pasajes de sus historias se refiere.[9]
En cuanto a la obra de Heródoto, tenemos informes que: “El libro de Heródoto, tal como nos ha llegado, está dividido en nueve libros que, de acuerdo con varios manuscritos, ostentan numeración progresiva y, como título, los nombres de las musas.”[10], es así que la obra llega hasta nuestras manos, independientemente de cual sea la edición o traducción del texto: “Todas las ediciones modernas respetan esas características, aunque reconociendo que no son originales, sino la obra de un editor antiguo, probablemente de la época alejandrina.”[11], si algo es seguro es la división de la obra en nueve libros y que gracias a las copias que se encontraron de los textos, es que hoy día ha podido llegar a nuestras manos.
Tratando el asunto del que habla nuestro autor en su texto, podemos decir que son diversos, debido a que su escrito está fundamentado en los lugares que visita y los pueblos que en ellos se encuentran. Siendo así que de entre sus viajes, menciona a los: griegos, peloponesios o lacedemonios, corintios, atenienses, delfios, macedonios, escythas, delios, milesios, lidios, medos, persas, chipriotas, fenicios, árabes, argivos, etíopes, libios, sibaritas y crotoniatas, cartagineses y siracusanos y por último a los egipcios.[12] Dentro de la temática de nuestro autor; Ramírez Trejo señala que: “Por encima de todo le interesa el hombre en su persona, su actividad, sus costumbres, sus medios de vida, su lengua, su vestido, sus dioses, sus países.”[13]
Es evidente que a nuestro autor le interesa mucho más la vida pública que hacer biografía entera de algún personaje sobresaliente, ya que de ser esto inverso no se hubiera tomado la molestia de viajar a los lugares que dice que viajó.
Tratándose del género, se hace pensar que su obra la elabora con fines de conocimiento, intimando en los demás pueblos, sus costumbres, las semejanzas y diferencias, la manera en que viven o la manera en que le dicen que viven, etc. Es una especie, de estudio geográfico-antropológico de distintas regiones, mismas que a las personas a las que les relata su o sus historias, les llaman la atención por ser lugares enigmáticos y exóticos; o simplemente por escuchar lo que Heródoto va a contar.

Heródoto y Egipto.

Ya entrando en el tema que respecta a este pequeño trabajo, comenzaremos por definir, la situación geográfica que Heródoto en sus viajes toca al llegar al territorio de Egipto, “[…] si adoptamos la opinión corriente entre los griegos, diremos que todo Egipto, empezando desde las cataratas y de la ciudad de Elefantina, se divide en dos partes y lleva ambos nombres: una parte pertenece a la Libia y otra al Asia”.[14] Con esto se considera la extensión que nuestro autor tratará de explorar y en la cual se dedicará a indagar los temas que le interesan para así poder elaborar sus historias.
Antes de comenzar a describir a la sociedad egipcia, de la cual el padre de la historia cuenta bastantes y tan diversas cuestiones, se trata de exponer lo que a su parecer es el origen de dichos seres humanos: “La base de la población egipcia parece haber sido constituida por una raza camítica, a la cual pertenecen también los galas y somalíes, que se radicaron al sudeste de Egipto, y los bérberes de Libia”[15], según Drioton y Vander, esta raza tuvo una serie de combinaciones con las culturas autóctonas de la región y desembocó en el egipcio que incluso hoy en día se puede distinguir debido a rasgos característicos y muy distintivos de éstos[16]
Ya marca con distinguida naturalidad que los egipcios son, de alguna manera, la raza más antigua que habita en aquellas regiones y que es de ésta, de quien aprenden las otras razas que comparten la situación geográfica, por ejemplo: “Y una vez establecidos entre los etíopes, fueron humanizándose éstos por aprehender las costumbres egipcias.”[17] es de comprenderse que a Egipto se le tome como una cultura ancestral por parte de los griegos, debido a todos los adelantos tecnológicos que éstos tenían e incluso las pirámides parecen haber sorprendido a más de uno , cosa que Heródoto aprovecha bien para poder ser escuchado o bien, leído entre los suyos.
Cuando el autor de Las historias, comienza a describir a Egipto es incuestionable que se siente admirado por el lugar: “Paso a hablar del Egipto con detenimiento, pues comparado con cualquier otro país, es el que más maravillas tiene y el que más obras presenta superiores a todo encarecimiento”[18], en esta descripción a nuestro parecer, es en la que el escritor hace mayor referencia en cuanto a sus usos, costumbres, ritos y semejanzas entre culturas, quizás porque le intrigaba, y no solo a él, el saber más de esta cultura que se encontraba un tanto alejada de su ahora hogar, Grecia.
Y respecto a éste último punto, tomaremos el comentario de Jacques Lacarriere, el cual se considera bastante acertado:

Jamás su natural curiosidad quedó sometida una tan maravillosa prueba. No se contenta con mirar, pasearse, tomar nota de los detalles de la vida cotidiana; pregunta, inquiere, acopia datos acerca de todos los temas y especialmente, sobre aquello que tanto debía impresionar a los visitantes: los ritos, los templos, los sacerdotes, en suma, la vida religiosa.[19]

Es evidente que Heródoto nunca perdió de vista el estar haciendo una o varias historias, para un público determinado, por el contrario, la perspectiva de llamar la atención de los espectadores, pareciera que es una constante en todo su trabajo.
El mismo Heródoto, nos habla de la división de clases sociales que existe en Egipto al tiempo en que lo visita: “Hay siete clases de egipcios de las cuales una se llama la de los sacerdotes, otra de los guerreros, otra la de los boyeros, otra la de porquerizos, otra la de mercaderes, otra la de intérpretes y otra la de pilotos”[20], cabe mencionar que en esta división de estratos sociales, el autor está dejando fuera la figura dominante que sería hasta un cierto punto, la cumbre de la pirámide social; con esto me refiero a la clase faraónica o mejor dicho, al faraón y a su familia directa, ya que se consideraba sagrado y por tanto una variedad totalmente diferente dentro de la sociedad egipcia.
Pasemos ahora a tratar de describir cada una de estas clases o estratos sociales.

Los Sacerdotes.

Primero los sacerdotes, de los cuales Heródoto nos habla bastante ya que parece sorprenderle la gran devoción que estos presentan ante los ritos religiosos; y tenemos que:

Los sacerdotes se rapan todo el cuerpo día por medio, para que ni piojo ni otra sabandija alguna se encuentre en ellos al tiempo de sus servicios divinos. Llevan los sacerdotes solamente vestido de lino y calzado de papiro, y no le está permitido ponerse otro vestido ni otro calzado. Se lavan con agua fría, dos veces al día y dos veces a la noche, y cumplen otras prácticas religiosas en número infinito por así decirlo[21]

Con esto, nuestro autor nos está dando valiosa información en torno a las costumbres del dicho estrato social, en primer lugar, nos hace percibir que en efecto, tuvo contacto con sacerdotes y que posiblemente le contaran del trabajo que dichos personajes realizaban, dando cuenta de la extrema limpieza que era requerida para los cultos sagrados, esto es importante ya que demuestra que la ablución es fundamental como símbolo de pureza, una persona sucia no puede ser digno de rendir culto a los dioses, e incluso, se hace pensar que podía tomarse como ejemplo de vida para el resto de la población, digamos que servían de modelo para fomentar la limpieza en los ciudadanos y así, evitar enfermedades, es decir, eran el ejemplo de sanidad.
Continúa Heródoto hablando de los ya mencionados personajes, diciendo que:

Disfrutan en cambio de no pocas ventajas, pues no gastan ni consumen nada  de su propia hacienda; se les cuecen panes sagrados y a cada cual le toca por día gran cantidad de carne de buey[22] y de ganso[23]; también se les da vino de uva; pero no les está permitido comer pescado. Los egipcios no siembran en absoluto habas en sus campos, y las que hubieran crecido, ni las mascan ni las comen cocidas, y los sacerdotes no toleran verlas, teniéndolas por legumbres impuras. No hay un solo sacerdote para cada uno de los dioses, sino muchos, uno de los cuales es sumo sacerdote; cuando alguno muere, su hijo le reemplaza.[24]

Es de esta manera que Heródoto nos está no solo relatando los usos y costumbres de los sacerdotes egipcios, sino que su descripción va más allá, comentando incluso lo que se debe o no se debe comer. Y es razón de este punto, el comentar que, según Lacarriere los egipcios no comían habas por que: “La razón exacta es, por otra parte extraña: ellos veían en el haba una reproducción abortada de la forma humana, una especie de feto vegetal. Dejando un haba fermentar algunos días al sol, debajo de una marmita, se hinchaba, germinaba y tomaba la apariencia, por lo menos según los seguidores de Pitágoras de un niño en miniatura.”[25], con lo cual de ser cierto este último punto, se confirmaría la visión de Heródoto en torno a lo supersticiosos que son los egipcios de esta época, o bien podría entenderse como un caso de extrema religiosidad al tomar como el principio fundamental del respeto a los dioses, el culto a la vida misma y el respeto por la muerte humana.
Otro punto destacable para esta denominación social que nos marca el autor, es que en Egipto, a diferencia de otros pueblos, entre ellos el griego, los sacerdotes son varones y en las otras regiones la mayoría de las personas que dedican veneración y culto a los dioses, son mujeres.

Los Guerreros.

Toquemos ahora, el caso de los guerreros, que para fines prácticos podemos definir como soldados, es decir la milicia de Egipto, de la cual se considera que es una parte importante para la historia de cualquier pueblo o civilización.
Referente a esta franja social, tenemos que: “El militar en cuanto tal, las virtudes militares en cuanto tales, no forman parte del panorama oficial que el mundo egipcio transmite de sí mismo.”[26], quizás el mundo egipcio no toma con gran importancia el transmitir la historia de sus guerras ganadas o perdidas, pero para fortuna de nosotros, son los extranjeros como Heródoto, quienes nos hacen mayores referencias de la vida de los guerreros y de las batallas con cierto grado de importancia. El autor de Halicarnaso, nos menciona de los guerreros como punto principal, sus privilegios especiales: “Los guerreros eran los únicos entre los egipcios, quitando los sacerdotes, que tenían estos privilegios especiales: cada uno tenía reservadas doce auras de tierra, libres de impuesto”[27]Queda expuesto de manera clara, que el servir a la defensa del territorio lleva una serie de privilegios que hacen más fácil la carga de exponer la vida, probablemente se tenga en consideración la idea de honor en este estrato social, cosa que no sería ajena a la época.
De las fuentes más antiguas en cuanto a la historia militar de Egipto, Margarita García Galán comenta que:

Los monumentos egipcios más antiguos –es decir, las paletas protodinásticas- representan o aluden a una actividad guerrera. El faraón victorioso aparece en la fachada de todos los templos egipcios y las escenas de batalla son el tema de los grandes relieves históricos del Imperio Nuevo.[28]

Sin duda alguna, la figura del soldado o el guerrero tanto en Egipto como en todos los pueblos del mundo entero, es indispensable, desde el momento en que un grupo de personas tiene conflicto territorial con otro grupo de personas, creando un problema que ya no se puede resolver mediante convenios, pactos o demás; desde ese mismo instante, la figura de la milicia o en este caso de los guerreros peleando por defender algo, se vuelve indispensable para un pueblo.
Podríamos suponer de igual manera, que Heródoto, aunque no describe ni menciona algún pasaje referente a las armas que utilizaban, o las vestimentas o las formaciones militares, si nos hace mención de conflictos bélicos e incluso nos refiere un poco en torno a lo que los egipcios pensaban de sus guerreros: “No acostumbran tampoco los egipcios tributar ningún culto a los héroes.”[29], no parece ser necesario para la cultura egipcia, engrandecer a los héroes cuando tienen una vida que dedicar al faraón, quien pareciera ser no solo la imagen principal de esta civilización, sino, el hombre-dios, dueño de todo elogio y admiración e incluso el único “humano” digno de rendir culto. Es probable también que no se rindiera culto a los guerreros por el carácter hereditario en cada una de estas esferas sociales.
Por último, se hace pertinente señalar:

Es indicado pensar que los problemas organizativos planteados por el empleo de masas de mano de obra tan numerosas y cuya actividad debía coordinarse, habrán obligado en esta época a los egipcios en condiciones de constituir complejos disciplinados, a organizar su supervivencia y a especificar sus funciones. En otras palabras, a sentar las premisas que serán características de los ejércitos egipcios, es decir, la minuciosa atención puesta en los aspectos logísticos.[30]

Dando por entendido que el guerrero, no es solo la figura bélica, es también una parte fundamental para la construcción, para el control y evidentemente para el orden social; tiene, al menos en Egipto, el carácter de una especie de policía moderna (guardando las debidas distancias) que al encargarse de guardar las leyes se transforma en algo más que un soldado, es ahora una figura de autoridad.

Los Boyeros.

Es turno ahora de describir un poco el trabajo y la importancia de los boyeros, quienes al encargarse del cuidado de uno de los animales más importantes y con una tremenda connotación religiosa; debieron ser parte primordial en la escala social egipcia.
De acuerdo al texto de Heródoto, es el boyero el intermediario directo entre el sacerdote y el mercader, sin embargo, no solo se dedica a llevar a las reces de aquí para allá, sino también se debe de haber dedicado al criadero de ganado, por decirlo así, sería el ahora pastor, en el sentido de conducir al ganado.
En torno al por qué es importante la labor del boyero, se puede deducir mediante la divinidad que veneran y a la cual se le ha relacionado con el buey: “La imagen de Isis es una mujer con astas de buey, tal como los griegos pintan a Ío; y los egipcios todos a una veneran a las vacas muchísimo más que a todas las bestias de ganado.”[31], por tanto es  innegable que el trabajo de conducir al ganado es importante, son como los representantes más indignos de Isis.
Por otro lado, al hacer referencia en que son los mediadores entre el sacerdote y el mercader, también es fácilmente de deducir, por palabras del mismo autor:

Piensan los egipcios que los toros pertenecen a Épafo, y por este motivo los examinan así: si le encuentran aunque sea un solo pelo negro, ya no le tienen por puro. Hace la búsqueda uno  de los sacerdotes encargados de ello, estando la res ya en pie, ya boca arriba; le hace sacar la lengua […] Si está puro de todas esas señales, lo marca enroscándole en las astas un papiro, y pegándole luego cierta tierra a manera de lacre, en la que imprime su sello; y así lo llevan. Quien sacrifica a una víctima no marcada tiene pena de muerte.[32]

Evidentemente, no se pueden comer, ni matar a todas las reces que tienen en el ganado, por ende, se deduce que todas estas criaturas deben tener cierta utilidad, siendo así que se deben vender a los mercaderes extranjeros. Y de igual manera es nuestro autor principal quien nos acerca a esta hipótesis: “Desuellan el cuerpo de la res y cargando de maldiciones la cabeza, se la llevan; donde hay mercado y mercaderes griegos establecidos, la llevan al mercado y la venden […]”[33], si es esto lo que se hace con las cabezas de los toros marcados, imaginemos solo lo que se hace con las reces vivas.

Los Porquerizos.

En cuanto a la clase que Heródoto nombra porquerizos, no solo nos indica que el animal es impuro, sino que de todos los estratos sociales, estos parecen llevarse la peor de las partes:

Los egipcios miran al puerco como animal impuro; por eso, si al pasar alguien rosa un puerco, va a bañarse al rio con sus vestidos, y por eso los porquerizos, aunque son naturales del país, son los únicos entre todos en no entrar a ningún templo, y nadie quiere darles en matrimonio sus hijas ni tomar las de ellos, viéndose obligados a casarse entre sí[34]

En este caso, iremos por partes; primero del por qué se le considera impuro al puerco, de esto, tenemos que: “[…] si el puerco, en el antiguo Egipto, era tratado con semejante desprecio, es que jugó un papel muy antipático en la leyenda de Osiris.”[35]; recordemos que según el mismo Heródoto, son los egipcios de entre las culturas que él dice haber visitado, los más supersticiosos que conoce, por lo que no sería tan sorprendente (y siendo crédulos a las palabras de nuestro autor) que esto tenga un cierto grado de verdad.
Así pues la leyenda de Osiris nos relata que:

Osiris, dios de la vegetación, convertido después en un dios de los muertos fue asesinado por su hermano Seth. Pero la diosa Isis, esposa de Osiris, logró hurtar sutilmente su cadáver y esconderlo.
Seth partió entonces en su búsqueda con la intención de mutilarlo y cortarlo en pedazos. Y fue un puerco (un cerdo negro, más exactamente) que descubrió el lugar donde yacía el cadáver y se lo señaló a Seth. A partir de ese día, los egipcios lo execraron.[36]

Con certeza no sabemos cual pueda ser la cusa de semejante exclusión del puerco de la cultura egipcia, sin embargo, es una cuestión común entre diversas civilizaciones que el cerdo se vea inmiscuido en cuestiones impuras, probablemente se deba a la gran cantidad de enfermedades que su carne produce, o bien al aspecto de este.
Lo más increíble, al parecer, es el alejamiento que la sociedad hace a los porquerizos, siendo que estos hacen la labor “maldita” de criar al ganado y de realizar labores que nadie quiere, pero que a todos les resulta útil: “La tarde de la fiesta de Dionisio, cada cual mata a en honor a Dionisio un cerdo en la puerta de su casa y lo entrega al mismo porquerizo a quien lo compró para que se lo lleve.”[37], se hace considerable pensar que es un acto de simbolismo el asesinar al dicho animal, ya que esta sociedad no tolera al puerco.

El Mercader.

Hablemos ahora de la clase social más común entre los pueblos antiguos, está radica su importancia no solo a nivel económico, sino cultural y es debido a la relación entre personas de esta labor, que se lograron incluso conocer diversas culturas; esta clase es la del mercader.
El mercader, por lo regular se mantiene en una escala socioeconómica de nivel medio, son ellos quienes tienen el primer contacto con las otras culturas, debido a la cantidad de lugares que deben visitar para vender sus mercancías.
En el libro de Drioton-Vander, se establece que:

[…] demostró que los derechos de aduana eran percibidos en las fronteras, en Asuán (el jefe de ese servicio se llamaba el “encargado.de la puerta de los países extranjeros meridionales”), en Saft el Hennah (el jefe de ese servicio se llamaba “encargado de la puerta de los países extranjeros septentrionales) y, probablemente, en Sais (el jefe de ese servicio se llamaba “encargado de la puerta de los países extranjeros de la Gran Verde”, es decir del Mediterráneo).
Esos servicios, por lo menos en Sais, fueron desorganizados, al parecer […][38]

Mediante el vendedor, es que Egipto logra encontrar y utilizar las rutas comerciales e incluso se llega a mencionar en las fuentes el intento de crear un canal que comunique el rio Nilo con el Mar Rojo, sin embargo, al parecer esto no significa de ninguna manera que existiera un control bien definido en cuanto a las funciones de los encargados de regular el comercio, mismas que sin duda alguna marcan un conocimiento amplio en sistemas productivos.
Para Heródoto no parece ser importante la actividad de los mercaderes ya que no hace menciones concretas de ésta esfera social, sin embargo, nos notifica en cuanto al uso de barcos de carga, con lo cual se puede suponer que se trasladaban bastantes mercancías de un punto a otro.

Las barcas de carga se fabrican allí de madera de acacia, cuyo aspecto es muy semejante al loto de Cirene […] Tienen muchas barcas de éstas, y algunas cargan muchos miles de talentos.[39]

Se hace claro e interesante notar, que la civilización egipcia, mantiene relaciones comerciales por medio del mar y por vía terrestre, y es sorprendente debido a que nos da un territorio con enorme extensión que los mercaderes conocían para comerciar.
De igual manera, el padre de la historia, nos señala la existencia de mercados y que estos no debían estar tan alejados de los lugares en donde se lleva a cabo el rito de Épafo.

Desuellan el cuerpo de la res y cargando de maldiciones la cabeza, se la llevan; donde hay mercado y mercaderes griegos establecidos, la llevan al mercado y la venden; allí donde no hay griegos, la arrojan al río.[40]

Es incuestionable que el autor conocía la manera de transportar mercancías y cómo funcionaban los mercaderes siendo esta la razón más probable, que decidiera omitir por obviedad, algo de lo que el común de la población estaba al tanto.

Los Intérpretes.

Ahora bien, al hablar de los intérpretes, Heródoto nos da muchos datos mediante los cuales se puede tener una idea clara de cómo subsiste esta clasificación; y es cuando relata cuestiones de Psamético que explica: “Confíoles, asimismo, ciertos niños egipcios para que les instruyeran en la lengua griega; de éstos, que aprendieron la lengua, descienden los intérpretes que hay ahora en Egipto.”[41] Se nos muestra claramente que desde pequeños se educan en los lenguajes vecinos, el motivo, se puede suponer en una creciente necesidad de comunicarse para diversos factores, tales como el comercio, la diplomacia e incluso intercambio cultural, es así que Lacarriere comenta al respecto: “[…] los que Heródoto debe de haber frecuentado sobre todo han de haber sido los egipcios «encargados» de acoger y acompañar a los extranjeros: guías, escribas, sacerdotes y burreros, manifiestamente, a juzgar por el carácter popular de numerosos relatos.”[42] Opinión, cabe aclarar, con la que se concuerda en este trabajo, debido a la manera de relatar del propio autor, la cual en algunas circunstancias, pareciera que le cuentan cosas fantasiosas o de ficción o simplemente muy difícil de de creer en sus relatos.
Es gracias a los mismos intérpretes que al parecer, Heródoto puede no solo obtener la información necesaria para su trabajo, sino conocer más las costumbres de las personas, adentrarse en la convivencia del día a día de este pueblo, encontrar similitudes en historias griegas e incluso obtener información de la vida cotidiana, como cuando se refiere a la manera de convivir de los egipcios con los animales.
Es bajo las consideraciones del presente texto que se puede entender que los intérpretes se deben en buena medida a la mezcla y contacto que ha tenido Egipto con tantos y tan diversos pueblos a lo largo de su historia y a la necesidad política de tener personas como traductores, ya que de otra manera hubiese sido imposible comunicarse con los súbditos y de igual forma poder dar a conocer las reglas, costumbres, leyes e inclusive el comercio para las cuestiones básicas como comprar alimento.
Es debido a que el carácter de este estrato social, que según Lacarriere, las historias de Heródoto se encuentran salpicadas de relatos con un marcado origen popular.

El Piloto.


En cuanto a la clase denominada como pilotos, encontramos que Heródoto escribe: κυβερνήτης, lo cual en español significa, piloto o timonel[43], en el sentido, creo yo, de la persona encargada de llevar el mando de la embarcación. Es éste sentido el que todos los traductores de Los nueve libros de la historia toman en consideración cuando se traduce al español el texto griego.
Es así que encontramos entre diversos autores al trabajo del piloto, ya que Heródoto solo lo menciona más no hace referencia a lo que se dedica o a la importancia en la sociedad egipcia, o cualquier otra sociedad; es probable que en su tiempo fuera tan común esto que él decidiera omitirlo.Se entiende que la sociedad egipcia a este tiempo que se nos relata, su actividad comercial más importante es el comercio, no son muy dados a hacer guerra y prácticas como la artesanía, pesca, agricultura, etc. No serían nada sin la compraventa, misma que se realiza por vía marítima primordialmente, es por ello que se cree muy importante la práctica del piloto, sin embargo no se cuenta con el testimonio del mismo autor para poder decir con certeza a qué se refería al denominarla como un estrato social, dejando de fuera a otros como los pescadores y los mismos agricultores.De acuerdo al tiempo en que Heródoto escribe, se consideraría también muy probable que dé importancia a los pilotos, por la tradición homérica y lo importante que fueron las naves en los relatos de Homero[44].Ya tomando en cuenta las llamadas clases que Heródoto menciona en su relato, se hace notar que a lo largo de su escrito, hace mención de otra clase social, la cual debe tenerse en cuenta como fundamental y una de las más importantes en cuanto a aportaciones de Egipto y es la clase de los médicos.Nuestro autor escribe: “Todo está lleno de médicos: unos son médicos de los ojos, otros de la cabeza, otros de los dientes, de las viseras del vientre, de las enfermedades ocultas.”[45] , por esta misma razón que el señala, que todo está lleno de médicos es que podríamos considerarla como una clase social no explícita en su separación pero si mencionada como una de las más especializadas en todo el territorio egipcio. Recordemos que al tiempo en que se escriben Los nueve libros de Heródoto, ya se conoce la medicina por Hipócrates, sin embargo, la innovación de Egipto consiste en la manera tan especializada que el autor señala, en torno a la formación médica, con lo cual pareciera que sus conocimientos fueron más allá de los comunes utilizados en aquella época. 

Conclusiones. 

Teniendo en cuenta la demarcación social que hace Heródoto es que podemos encontrar que los estratos mencionados, son comunes no solo en Egipto, sino en buena parte de las civilizaciones antiguas, es decir, se tienen ciertas clases separadas del resto del pueblo, como manera de especialidad en ciertas cuestiones como el culto, sin embargo, lo que la hace tan diferente a la Grecia que conoce nuestro autor, es quizás el carácter hereditario y la imposibilidad de cambiar de oficio.Mediante este trabajo se trata de demostrar que las clases que separa el autor efectivamente tuvieron lugar en el Egipto que dice haber visitado, sin embargo se considera que ha dejado por fuera muchas otras actividades con lo cual es imposible que solo sean estas las únicas esferas sociales en Egipto, sin embargo es bastante difícil encontrar con detenimiento descripciones de cada uno de los oficios de los que hoy en día tenemos conocimiento.Por último, se hace evidente que el tema se presta a reflexionar y a pasar bastante tiempo dedicado a la investigación de las clases sociales; siendo Egipto un tema bastante conocido hoy en día, es increíble que mantenga esa atracción que llama a investigar temas de este tipo. 



Bibliografía. 


·         Etienne Drioton y Jackes Vandier, Historia de Egipto, Argentina, EUDEBA, 1964.·         Heródoto, Historias, Intr., versión, notas y comentarios, Arturo Ramírez Trejo, México, UNAM, 2008.
·         Heródoto, Los nueve libros de la historia, Intr. Edmundo O’Gorman, México, Porrúa, Col. “Sepan Cuantos…” núm. 176, 3ª ed. 1981.
·         Heródoto, Los nueve libros de la historia, Trad. Ma. Rosa Lida de Malkiel, U.S.A., W.M. Jackson, Col. Los clásicos, 4ª ed., 1972.http://www.perseus.tufts.edu/hopper/morph1=kubernh%2Fths&la=greek&can=kubernh%2Fths0&prior=kubernhth/r#lexicon.·         Manetón, Historia de Egipto, Trad. César Vidal, Madrid, Alianza Editorial, 2003.
·         Jackes Lacarriere, De paseo con Heródoto, viajes a los extremos de la tierra, (Trad. Carlota Vallée), México, FCE, 1986.
·         Plutarco, “Sobre la malevolencia de Heródoto” en Obras morales y de costumbres (Moralia), Num IX, Trad., notas e introducción. Ramón Palerm y Jorge Bergua Cavero, Madrid, Gredos, 2002, en Historiografía de la Antigüedad Clásica (antología), Coord. Manuel Ordoñez Aguilar, México, UNAM-FES Acatlán, 2010.
·         Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Trad. Diego Gracián, Intr. Edmundo O’Gorman, México, Porrúa, Col. “Sepan Cuantos…” num. 290, 7ª  ed., 2010.
·         V.V.A.A., El hombre egipcio, España, Alianza Editorial, 1990.



[1] Heródoto, Historias, Intr., versión, notas y comentarios, Arturo Ramírez Trejo, México, UNAM, 2008, p. IX.
[2] Íbidem., p. X.
[3] Respecto a este punto, las fuentes son el estudio realizado por Edmundo O’Gorman en Heródoto, Los nueve libros de la historia, Intr. Edmundo O’Gorman, México, Porrúa, Col. “Sepan Cuantos…” núm. 176, 3ª ed. 1981, p.IX y Heródoto, Historias, Intr., versión, notas y comentarios, Arturo Ramírez Trejo, México, UNAM, 2008, p. X. Ambos estudios coinciden en este dato específico.
[4] Edmundo O’Gorman en Heródoto, Los nueve libros de la historia, Intr. Edmundo O’Gorman, México, Porrúa, Col. “Sepan Cuantos…” núm. 176, 3ª ed. 1981, p. X.
[5]Íbidem., p.XIII.
[6] Íbidem., p. X.
[7] Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Trad. Diego Gracián, Intr. Edmundo O’Gorman, México, Porrúa, Col. “Sepan Cuantos…” num. 290, 7ª  ed., 2010, p.12.
[8] Plutarco, “Sobre la malevolencia de Heródoto” en Obras morales y de costumbres (Moralia), Num IX, Trad., notas e introducción. Ramón Palerm y Jorge Bergua Cavero, Madrid, Gredos, 2002, en Historiografía de la Antigüedad Clásica (antología), Coord. Manuel Ordoñez Aguilar, México, UNAM-FES Acatlán, 2010, p. 877.
[9] Manetón, Historia de Egipto, Trad. César Vidal, Madrid, Alianza Editorial, 2003, p.97.
[10] O ‘Gorman., Op. Cit., p. XI.
[11] Loc. Cit.
[12] Ramírez, Op. Cit., p.XXXII-XXXVII.
[13] Íbidem., p.XXV.
[14] Heródoto, Los nueve libros de la historia, Trad. Ma. Rosa Lida de Malkiel, U.S.A., W.M. Jackson, Col. Los clásicos, 4ª ed., 1972, p. 93.
[15] Etienne Drioton y Jackes Vandier, Historia de Egipto, Argentina, EUDEBA, 1964, p.3.
[16] Íbidem., p.3-4.
[17] Lida de Malkiel, Op. Cit., p. 98.
[18] Loc. Cit., p. 99.
[19] Jackes Lacarriere, De paseo con Heródoto, viajes a los extremos de la tierra, (Trad. Carlota Vallée), México, FCE, 1986, p. 147.
[20] Lida de Malkiel, Op. Cit., p. 149.
[21] Íbidem., p.101.
[22]  En la traducción del libro de Lida de Malkiel, se utiliza la palabra vaca, con la cual no concuerdo por ser ésta un animal sagrado, sin embargo he tomado como referencia la traducción de Ramírez Trejo que designa esta palabra como buey, siendo a mi parecer más acertado.
[23] Respecto a los animales y su carácter religioso, dicen Drioton-Vander que: Los más célebres entre estos animales sagrados eran los toros de Apis, encarnación de Ptah en Menfis, Mnevis, la del sol de Heliópolis, y Bukhis, la de Montu en Hermontis; el carnero de Amón en Tebas, el de Khnum en Elefantina y el de Harsafes en Heracleópolis; el cabrón de Osiris en Busiris y en Mendes; el cocodrilo de Sebek en el Fayum; la gata de Bastis en Bubastis. Pero deberían mencionarse también los halcones de todos los templos de Horus, la vaca de los de Hator, el ibis o el cinocéfalo de los de Thot, el chacal de los de Anubis, el icneumón de los de Atum, la serpiente de los innumerables dioses y diosas. Entre los animales muy raramente divinizados se encuentran el león del Sol que se adoraba en Xois, el ganso de Amón en Tebas y el pez oxirinco, relicario viviente de una parte del cuerpo de Osiris, en Oxirinco. Etienne Drioton y Jackes Vandier, Historia de Egipto, Argentina, EUDEBA, 1964, p.64.
[24] Lida de Malkiel, Op. Cit., p. 101.
[25] Lacarriere., Op. Cit., p. 192.
[26] V.V.A.A., El hombre egipcio, España, Alianza Editorial, 1990, p.179.
[27] Lida de Malkiel, Op. Cit., p.150.
[28] V.V.A.A.,  Op. Cit., p. 179.
[29] Lida de Malkiel, Op. Cit., p.106.
[30] V.V.A.A, Op. Cit., p.180.
[31] Lida de Malkiel, Op. Cit., p. 102.
[32] Íbidem, p. 101.
[33] Loc. Cit.
[34] Íbidem, p.105.
[35] Lacarriere, Op. Cit., p.191.
[36] Loc. Cit.
[37] Lida de Malkiel, Op. Cit., p. 105.
[38] Drioton., Op. Cit., p.606
[39] Lida de Malkiel, Op. Cit., p.120.
[40] Íbidem, p.101
[41] Íbidem, p.145
[42] Lacarriere, Op. Cit., p. 148                         
[43] Para mayores referencias en cuanto a traducciones al español de textos griegos y como herramienta de trabajo para este texto, se recomienda visitar el sitio web http://www.perseus.tufts.edu/hopper/morph?l=kubernh%2Fths&la=greek&can=kubernh%2Fths0&prior=kubernhth/r#lexicon
[44] En el catálogo de las naves aqueas, Homero señala el nombre de algunos pilotos que a su vez eran la cabeza de la flota de la región a la que pertenecían.
[45] Lida de Malkiel, Op. Cit., p. 116.