Octavio
Augusto y la estatuaria romana
El
imperio de Augusto fue reconocido como el siglo de oro de romano. Y con ello se
expresa el fuerte crecimiento cultural, social e incluso gubernamental que sólo
fue posible gracias al gran lapso de tiempo durante el cual se realizó.
Al
término del segundo triunvirato y regreso de Octavio a Roma (30 a.C.)[1], la ciudad se encontraba
desgastada, tanto de forma física como de forma moral. Por ello era necesaria
una transformación total de la idiosincrasia romana, una restauración del orden
bajo la mirada fija de la grandeza de un imperio recién creado y el peso del
primer emperador romano. Tal fue la grandeza del gobierno de Octavio Augusto,
que cuentan algunos: "Todavía en su lecho de muerte, Augusto seguía
jactándose de que había recibido la ciudad hecha un montón de ladrillos y
dejaba tras de él una metrópolis de edificios de mármol".[2] En efecto, el uso del
mármol se expandió durante el gobierno de Augusto, cuando antes parecía
exclusivo de Grecia. En palabras del historiador Pierre Grimal:
El empleo del mármol seguía siendo
excepcional; su trabajo era atributo casi exclusivo de los talleres griegos. En
adelante los escultores «romanos» (muchos de los cuales eran de origen helénico
y se habían formado en la propia Grecia o en Oriente) trabajarán toda clase de
mármoles, desde las variedades exóticas, importadas de Asia o de África, hasta
los mármoles italianos, cuyas cualidades comienzan entonces a ser reconocidas.[3]
El
sólo hecho en el cambio de material de construcción, nos habla de una forma
totalmente distinta de pensar con respecto a la idea de Roma que tenía el
Primer emperador. Y, es que, al construir la urbe de forma tan espléndida y
costosa es, incluso, un discurso emitido para las ciudades de la época, donde
se busca transmitir que no cualquier persona puede pertenecer a ésta gran
ciudad, ni siquiera entrar. Habla de la tradición del antiguo patriarcado
llevado al esplendor de toda la ciudad.
Si
bien se buscaba rescatar las políticas de Julio César con respecto a la
ciudadanía; la política cambió con la llegada al poder de Octavio Augusto:
Durante el principado tal proceso
continuó, teniendo como antecedente la actitud abierta de Julio César al
conceder la ciudadanía, si bien con Augusto y Tiberio esta tendencia fue
detenida para que no se interpretara como un desprecio a Italia y para impedir
la entrada a los indignos dentro del marco de la restauración republicana.[4]
Con
ello Roma se convertiría en la megalópolis más rica y exclusiva de la época, y
con ello, se abre el panorama para la creación artística; incluso se dice que
es aquí donde nace el busto:
Por otra parte, en materia de
escultura, un solo género puede ser atribuido a los romanos: es el busto, que representa un retrato y que
se distingue del Hermes griego en el
detalle de que la sección inferior del pecho es semicircular y no recta.[5]
Es
así que Roma busca verse reflejada en la que consideró la más grande
civilización del pasado: Grecia. Es probable que por ello buscara la adopción
del mármol e incluso el estilo, la forma y cánones artísticos. Si consideramos
que la actitud romana para con el pasado era muy solemne y la ambición de
Octavio era el llevar a Roma al máximo esplendor, se sobre entiende que se
buscara imitar a la cultura griega y más tarde tratar de superarla. Cosa
bastante bien lograda y planificada por el princeps.
Estatuaria
Romana
Si
algo ha transmitido el Imperio Romano, en materia artística, es la forma de
inmortalizar a las personas. La maestría con que se capturó cada rasgo del rostro en las
esculturas (idealizado o no), la cual muestra no sólo el gran esmero que se
puso en la práctica, sino que, refleja
mucho el carácter y sentimiento romano. Es posible ver a través de las estatuas
a los seres humanos que labraron gran parte de la civilización como se conoce
actualmente y esto fue posible gracias al realismo con que trabajaban:
Ese realismo en la figuración de los
personajes era desde hacía mucho tiempo una tradición de la escultura romana.
Existía un arte italiano del retrato, creado quizá en los talleres de Etruria,
desarrollado para responder a las exigencias nacidas de las costumbres
funerarias y del culto familiar romano, y que conoció, en la época de Augusto,
un auge extraordinario: la gran procesión del Altar de la Paz puede
considerarse como una galería de retratos individuales y resulta, si no fácil
al menos posible, reconocer allí las principales personalidades de la corte.[6]
En
algunas interpretaciones sobre la escultura romana, es posible visualizar dos versiones:
1.- La escultura pública y 2.- La escultura personal o privada. De ahí que:
Esta
estatuaria pública representará con su iconografía la concepción misma del
poder, representará incluso a la sociedad misma y servirá de soporte a las
ideologías, a las creencias políticas o religiosas, bien para realizar sus
proclamas, para airear sus ideales, bien para ensalzar sus valores.[7]
Es
así que la escultura pública se logra conservar mejor que la privada, la cual,
en la mayoría de los casos nos habla de personajes comunes pero que no
mantienen relevancia histórica y por ello no son tan estudiadas como sí la
estatuaria pública. Sin embargo, es necesario advertir que la estatuaria
privada, particularmente el retrato tenía la finalidad de pervivir el recuerdo
de los seres amados o de sus semejantes, aunque también es probable que se
buscara un deseo de fama[8], aunque se dice que si el
retrato es festivo entra en la categoría de lo público[9].
[1]
Suetonio, Los Doce Césares, Intr. Francisco Montes de
Oca, Col. "Sepan Cuantos…". Núm. 355, 9na ed., México, Porrúa, 2007,
pp. XXXI.
[2]
Ernst J. Görlich, Historia del mundo, Trad.
Mariano Orta Manzano, 4ta ed., Barcelona,
Ediciones Martínez Roca, 1972, pp. 153.
[3]
Pierre Grimal, El siglo de Augusto,
Trad. Manuel Pereira, 1a ed. En Español, Barcelona, Crítica, 2001, pp. 83.
[4]
Miguel Ángel Ramírez Batalla, "La actitud romana ante el pasado"
en Germán Viveros, et. Al., Nova Tellvs. Anuario del Centro de Estudios
Clásicos., Núm. 25.2, México, Universidad Nacional Autónoma de México -
Instituto de Investigaciones Filológicas, 2007, pp.236.
[5]
Thadee Zielinski, Historia de la
Civilización Antigua, Trad. Carlos Pereyra, Madrid, Ed. Aguilar, 1987, pp.
442.
[6]
Grimal, Op. Cit., pp. 86.
[7]
Bernabé Ramírez López, "El retrato de Augusto y la propaganda imperial
romana" en Eúphoros, Núm. 5,
España, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2002, (DE:https://dialnet.unirioja.es/ejemplar/111456),
pp. 73.
[9]
Loc. Cit.